Del fruto de la colaboración de Encuentro de Creadores y el grupo musical Bruna Sonora se han producido:
1.- tres audiovisuales de JARomán a partir de "El cant dels ocells", "Danza Sonora" y "La Tarara en África" del disco de Bruna Sonora "Tarareando" y de los trabajos plásticos de JARomán.
2.- dos piezas de cerámica de Olga Peñacoba a partir de la pieza musical "El cant dels ocells".
3.- un mosaico para cada uno de los audiovisuales con ocho piezas plásticas de las realizadas por JARomán para los vídeos.
4.- un poema y un microrrelato de JAromán para cada una de las piezas músicales mencionadas antes. Escritos a partir de la música .
3.- un mosaico para cada uno de los audiovisuales con ocho piezas plásticas de las realizadas por JARomán para los vídeos.
4.- un poema y un microrrelato de JAromán para cada una de las piezas músicales mencionadas antes. Escritos a partir de la música .
1.- Podéis ver los vídeos :
"El cant dels ocells":
"Danza Sonora":
"La Tarara en África"
2.- Fotos de las cerámicas:
3.- Mosáicos:
"El cant dels ocells":
"Danza Sonora":
"La tarara en África":
4.- Poemas:
La vida vuelve a ser tocada
Una voz sale
libre desde el silencio
como una
mariposa sin alas
intentando
ser más celeste que el sol.
Una voz
fugitiva canta
para que el mundo exista,
para ahuyentar la pena.
Se baña en
una terca melodía,
resuena en
los corazones fraternos
arrinconando
al silencio destilado por las heridas.
Es un
destello libre, imperecedero,
un dulce
roce de plumas caídas,
recogidas en
suaves manos de paloma.
Manos
cansadas de un mundo que se ha ido.
Una boca
exhala una voz
aspirando el
perfume libre de un pájaro
que se
levanta hacia la cima tapando al sol.
Es un
apagado grito de voluntad,
un ansia de
parar el contundente golpe de la vida.
Así suena
este universo de brazos extendidos
cuyo cántico
sobrevive al hombre
y llama a la
comunión.
Todos
sienten el mismo temblor en los labios.
Desnudados
por la música
muere el
temor,
escapa la
voz que ayer dijo:
desistir no
es humano,
voz salida
de la inmensa noche,
voz hoy
dormida,
que deja su
huella para ser escuchada
con ese sabor a siglos,
con esa soledad de ave herida,
en arpegios
fraternos de cooperación.
Todos a una,
todas las
voces a ser musicalizadas,
todas en
dignidad.
Es sereno
nacer del sonido,
escucharse
en una tarde de domingo.
Toda voz
entre los labios
es sentida
con los ojos entornados.
El día nace
con el sonido de las aves.
Un pájaro
sale del bosque
y la vida
vuelve a ser tocada
La vida se hace música
A la
transparente hora del silencio
una voz se
enrosca en el corazón,
tantea un
pecho cerrado
y sale como
un sonido suave de viento.
Todos la
escuchan en la noche,
Todos se
sienten debajo del tiempo
Cuando toma la forma de lo fraterno.
Lo humano
llega dibujado
sobre una blanca pared arrancada a
la vida.
Un dibujo
que nadie ha trazado,
un sueño que
se cuela en el alma,
una caricia
enredada en los cabellos al viento,
una canción
vertida en manos no temerosas.
Todo eso es
la voz que va rizando la noche.
Alguien, de
puntillas, sale de ella
Quedándose inmóvil como una estatua.
Siente que
ha salido de sí mismo
y deja caer
su cuerpo en la danza
como una hoja de otoño.
La noche
insiste.
Sombras de
hombres y mujeres enredadas
ruedan por la tierra proclamando
un cántico que viene de lejos.
Sonrisas y
voces,
cuerpos
preguntando a la noche
por qué la luna da su forma a lo
humano.
Otra voz
nace de un presentimiento
raptado por
unos labios abiertos a la vida.
Los cuerpos
danzan desnudos de mundo,
la luna, sin
túnica, cae sobre sus hombros
como polvo venido del cosmos.
La noche
perdura, sienten su clamor.
No hay
límite, la vida se hace música,
entra en la
boca para calmar el alma
y emerge en
una voz que se levanta sin pasado.
El futuro se
esconde detrás del tiempo
y el
presente se embellece lentamente.
Por la
mañana la luz gritará
Buscando el color de la esperanza
Laten los
cuerpos,
ritmo,
percusión,
danza,
ligereza en los pies.
Juntos como
juncos
extienden
las manos y la frente hacia el cielo
buscando el
color de la esperanza.
Lentos
movimientos del cuerpo,
aleteos de
brazos trazando música,
todos a una,
apogeo de la fascinación,
vaivén sin
prisa,
pies
grabando anhelos en la tierra.
Ímpetus sin
miedo,
plenitud de
paraíso, renacimiento.
Suena el
terco compás envolvente
para que las
penas tengan ya color.
La esperanza
se hace inexpugnable.
entre dos
cuerpos próximos sólo cabe la música,
sólo queda
la disonancia
de algún
cuerpo que pierde el compás.
Hay un pacto
implícito para dejar la tristeza,
para
sobrevivir al vigor de las cosas.
Vuelve una y
otra vez la melodía,
pasos en
abanico cerrando un horizonte
que se dobla
a capricho.
La furia
quedó derramada por el mundo.
El frío se
deja para el amanecer,
la tarde
llega temprano para calentar
unos cuerpos
delgados como flautas.
Sin prisas,
pausadamente,
escuchando
el rumor de la vida,
despertando
del letargo diario,
sigue la
fiesta real o soñada
con la que
taponar el vacío.
Sonrisas que
enmascaran pasados dolientes.
La vida no
les cabe en la memoria.
Nadie es ya
culpable
en estos
instantes que no tienen fecha.
No miran
hacia atrás, sin deseos futuros,
el presente
es ya la no necesidad de decir adiós.
No hay
choque, ni drama.
La soledad
se hace absurda.
Laten los
cuerpos,
ritmo,
percusión,
danza,
ligereza en los pies.
Relatos:
El canto de los pájaros
Enfurecido tiró la guitarra sobre el sofá aún a riesgo de
dañarla. Había perdido la paciencia tras más de tres horas intentándolo. Lo de
esa tarde era el epílogo a la frustración de varios días. No quería admitirlo
pero era evidente que se había secado. Llevaba ya mucho tiempo sin que le
saliera nada. El fracaso era incontestable y su enfado constituía su estado
habitual. Tanto era así que incluso se irritaba con las cosas que le salían
bien.
Abandonó la casa tras un fuerte portazo. Tenía que dejar de
pensar en ello. Necesitaba aire, estímulos que le apartasen de su obsesiva
actitud. Se dirigió, sin tomar conciencia, hacia el bosquecillo próximo. Al
llegar notó un alivio importante. Estar al abrigo del fuerte sol le proporcionó
un placentero bienestar. Continuó caminando despacio entre los delgados troncos
que sin duda, durante toda su existencia, habían estado compitiendo entre sí
para crecer y ofrecer sus copas al sol. Se sentó en el suelo apoyando la
espalda en un tronco. Entornó los ojos. Su rabia y enfado se fueron enfriando.
Casi había alcanzado un estado de plácida somnolencia cuando
comenzó a escuchar un trino delicioso de pájaro contestado por otras
vocalizaciones de aves que a modo de coro parecían replicar al primero. Como impulsado
por un potente resorte se puso en pié , alzó la mirada hacia las ramas como si
pretendiera descubrir a los autores de aquella maravilla. Eso era lo que había
estado buscando con tanto ahínco durante varios meses. Disfrutó de la audición
pero su alegría rápidamente se trocó en decepción al percatarse que no tenía la
guitarra ni ningún artefacto de grabación para registrar aquel maravilloso
cántico. Se había dejado, incluso, el móvil sobre la mesa del comedor.
Esta nueva frustración le hizo volver a casa casi a la carrera pues quería llegar
pronto para que no se le olvidase el canto y darle forma musical. Tomó
precipitadamente la guitarra y comenzó a provocar la vibración de sus cuerdas.
Fracasó en el primer intento, también en el segundo mientras la decepción volvió
a dibujarse en su rostro. Lo siguió intentando múltiples veces pero fue
infructuoso. Lamentó una vez más no haber podido grabar aquella sinfonía y se
enfadó consigo mismo por no haber podido reproducir aquella maravilla. La
memoria musical le estaba fallando.
Al día siguiente se fue a la ciudad, compró una buena
grabadora y volvió al bosquecillo para poder grabarlo de una vez por todas.
Pero su infortunio era grande pues ni ese día ni en los siguientes volvió a
escuchar aquel u otro cántico parecido. Mas él era muy terco. No abandonaba
fácilmente así que ideó un plan. Habló con sus amigos y los convenció para que
entre todos capturasen un centenar de pajarillos en el bosque. Se gastó un
dineral en jaulas y redes de fino hilo.
Una vez llevada a cabo, con éxito, la operación, puso a todos
los enjaulados en una habitación vacía. Todos los días dejaba la grabadora
funcionando para capturar los potenciales cantos.
Su suerte no cambió. Día tras día, por la noche, comprobaba
que no se había registrado nada. Todos los pájaros permanecían en silencio.
Estaba decepcionado pero su rabia y enfado habían sido reemplazados por la
resignación. Una noche ante el nuevo fracaso se dirigió retóricamente a los
pájaros y en voz alta dijo:
- ¡Está bien, vosotros ganáis! Mañana, cuando me levante, os
suelto -
En efecto, a la mañana siguiente, tras despertar, antes de
asearse e incluso de desayunar, fue a la habitación convertida en prisión de
pájaros y los fue soltando uno a uno. Tras la liberación se dio cuenta que,
como de costumbre, había dejado la grabadora funcionando. Se llamó estúpido por
haber seguido haciendo lo que tantos días atrás y que había resultado tan
inútil pero guiado por el hábito rebobinó la cinta y accionó la tecla
"play" aún a sabiendas de que nada se habría grabado. Se disponía a
limpiar las jaulas cuando quedó paralizado por el asombro y la sorpresa al
escuchar unos cantos que incluso superaban en brillantez al que había escuchado
aquel día en el bosque.
Danza Sonora
Alicia se hallaba muy feliz tras la consecución del premio y
la presencia de su amiguito que tranquilo y descuidado se daba un festín con
las migas de las magdalenas que ella había depositado sobre la mesa. Atrás
quedaron las muchas horas de esfuerzo baldío y frustraciones diarias al no
quedar satisfecha con los movimientos que ideaba y ejecutaba.
Muchos días de decepción, de fiascos repetidos sin poder quitarse
el desánimo hasta que la inspiración llegó a su ventana en forma de canto y
movimiento maravillosos. No se podía quitar de la memoria cómo aquel ser
diminuto llamó su atención con aquel sonido armonioso de largos trinos agudos
asociados con otros sonidos que más bien parecían reclamos pero que estaban
perfectamente encajados en todo el conjunto sonoro y cómo aquella demanda fue
acompañada de toda una serie de expresiones corporales componiendo una extraña
danza acompasada con el canto que salía de su garganta y de la que sacó su
inspiración para crear la magnífica, en palabras del tribunal, danza de fin de
carrera premiada.
Nunca podría agradecérselo suficientemente a aquel animalito
que había hallado herido en el jardín de su casa. Recordaba cómo lo recogió,
curó y cuidó durante muchos días y cómo éste permanecía atento, observando desde
su cestita, las evoluciones que realizaba frente al gran espejo de la
pared y que cuando acababa entraba en un
estado de decepción y desencanto que sólo desaparecía al observar los tiernos
ojos del ave que parecían comprender su situación. También recordaba con
tristeza cómo se tuvo que desprender de su compañía cuando se curó y quiso volar por la habitación
golpeándose frecuentemente con las paredes.
Estaba contenta y feliz. Su trabajo había sido bien
considerado y había iniciado una relación diaria entrañable con aquel ave de
pico amarillo desde que lo soltó ya que todos los días aparecía a la misma hora
en su ventana y retomaba el ritual de aquella danza sonora que tanta
satisfacción le había dado. Todos los días abría la ventana, el pájaro entraba
y se posaba sobre la mesa a la espera de que su compañera desmigara algunas
galletas o magdalenas. Tras finalizar su festín, se dejaba acariciar y volvía a
salir por la ventana hacia su libertad.
La tarara en África
Asira dejó de secar el plato que tenía en la mano cuando le
llegó, desde el salón, una voz que parecía de Bertina cantando La Tarara:
" ...la tarara sí, la tarara no, la tarara madre que la bailo yo"....
No podría creerlo. Era una sorpresa mayúscula. Desde hacía bastantes años a Bertina
no la había visto sonreír cuanto menos cantar. Dejó el plato sobre la encimera
y salió precipitadamente de la cocina con una extraordinaria curiosidad
reflejada en su cara. Enseguida entendió pues la voz provenía del televisor en
cuya pantalla aparecía Bertina con unos sesenta años menos, guapa, alegre, cantando
y bailando con gracia y salero aquella canción tan pegadiza que nunca había
oído en su país. No quiso delatar su presencia. Sin hacer ruido miró discretamente
a la grabación que Bertina parecía disfrutar viéndose más joven. Observó su
rostro. Había abandonado esa rigidez que da la tristeza y que desde que ella la
asistía no le había abandonado nunca. Nunca supo como animarla. En los últimos
días ya se dio cuenta que no tenía ningún argumento nuevo para contrarrestar la
no presencia de sus hijos en su cumpleaños. Otro año más con sus ausencias
presentes. Desde que se habían tenido que ir a trabajar uno a Canadá y otro a
EEUU a causa de la crisis económica, cuando no les renovaron sus contratos
precipitándolos al paro, no habían podido venir. Bertina se hallaba cada vez
más enferma de soledad. Nadie la visitaba, sólo ella venía a asistirla unas
hora por las mañanas. Había días que incluso se quedaba más tiempo charlando
con ella aunque hubiera ya cumplido con su tarea, a pesar que también la
necesitaban en su casa. Tenía cuatro hijos que no podía ni debía descuidar. Había
superado los años duros del inicio, cuando llegó de Marruecos sin hijos ni
marido, haciendo todo tipo de trabajos, incluso por la noche. Ahora su vida se
había estabilizado, tuvo la suerte de conseguir el reagrupamiento familiar, su
marido tenía un buen trabajo en una ferretería y los niños crecían felices
sintiéndose ya tan españoles como el resto de compañeros del colegio.
Sabía que mañana Bertina cumplía ochenta y cinco años.
Estaría otro año más completamente sola y su tristeza bordearía peligrosamente
la depresión. A Asira se le rompía el corazón pensando en ello. Hacía más de
siete años que sus hijos no venían. Tampoco la quedaba ninguna otra familia,
que ella supiese, sus hermanas habían fallecido y también, paulatinamente
debido a su falta de movilidad, había ido perdiendo las amigas que aún
viviesen.
Asira se sentía afortunada. Los últimos años había podido
volver a Marruecos, a sus raíces, aunque allí empezaba a sentirse extraña y sin
embargo sabía que en España jamás sería aceptada del todo, pero estaba
resignada, era el tributo que debía pagar para conseguir una mejor vida para sus
hijos.
Bertina había llegado a ser ya para ella una segunda madre.
No sabía por qué pero cada vez más se sentía en la obligación de ayudarla. Se
había dicho a sí misma que aunque no pudiera seguir pagándola por su trabajo no
la abandonaría. Se sentía muy bien sabiendo el profundo cariño y agradecimiento
que Bertina la tenía a pesar de la gran distancia cultural existente entre
ambas. Bueno... ella se empezaba a sentir algo española y Bertina apreciaba
mucho las comidas que le hacía. Suponía o quería suponer que esa distancia se
estaba reduciendo.
Asira seguía dándole vueltas a su cabeza para encontrar el
modo de paliar la tristeza de Bertina. Después de un rato, mientras volvía a
escuchar La Tarara, se le iluminó el rostro. Lo había encontrado. Permaneció
escuchando una y otra vez aquella canción que parecía alegrar el corazón de
Bertina. La cantaba calladamente al mismo tiempo que en la grabación, pareciera
estar practicando una especie de karaoke.
Al día siguiente Bertina dormitaba en su silla de ruedas
frente a la ventana del salón como hacía habitualmente hasta que el sol que se
colaba por ella la besaba para despertarla. En esta ocasión al abrir los ojos
quedó muy sorprendida. Asira y sus cuatro hijos se hallaban sonriendo delante y
comenzaron a cantar La tarara.
Desde entonces, esa canción se escucha en África todos los
veranos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario