lunes, 22 de abril de 2019

Con motivo del 23 de abril, día del libro, adelantamos la publicación de la revista ENCUENTROS dedicado a la poeta recién fallecida Paca Aguirre.


He aquí la revista:




Si queréis verlo, escucharlo y leerlo más grande  haced click en el cuadrado.

sábado, 20 de abril de 2019

Para el día del libro, el martes 23 de abril, El Taller Horizontal de Poesía " Espadas como labios" lanza una nueva "píldora poética visual" con el poema de Lola Noguera "Amor sin palabras" y música de Melina Ligeti:


martes, 9 de abril de 2019

El martes 23 de abril tendremos una nueva sesión del Taller Horizontal de Poesía "Espadas como labios".


viernes, 5 de abril de 2019

Del fruto de la colaboración de Encuentro de Creadores y el grupo musical Bruna Sonora se han producido:
1.- tres audiovisuales de JARomán a partir de "El cant dels ocells", "Danza Sonora" y "La Tarara en África" del disco de Bruna Sonora "Tarareando" y de los trabajos plásticos de JARomán.

2.- dos piezas de cerámica de Olga Peñacoba a partir de la pieza musical "El cant dels ocells".

3.- un mosaico para cada uno de los audiovisuales con ocho piezas plásticas de las realizadas por JARomán para los vídeos.

4.- un poema y un microrrelato  de JAromán para cada una de las piezas músicales mencionadas antes. Escritos a partir de la música .


1.- Podéis ver los vídeos :

"El cant dels ocells":




"Danza Sonora":






"La Tarara en África"






2.- Fotos de las cerámicas:











3.- Mosáicos:

"El cant dels ocells":




"Danza Sonora":



"La tarara en África":





4.- Poemas:


La vida vuelve a ser tocada

Una voz sale libre desde el silencio
como una mariposa sin alas
intentando ser más celeste que el sol.
Una voz fugitiva canta
            para que el mundo exista,
            para ahuyentar la pena.
Se baña en una terca melodía,
resuena en los corazones fraternos
arrinconando al silencio destilado por las heridas.
Es un destello libre, imperecedero,
un dulce roce de plumas caídas,
recogidas en suaves manos de paloma.
Manos cansadas de un mundo que se ha ido.

Una boca exhala una voz
aspirando el perfume libre de un pájaro
que se levanta hacia la cima tapando al sol.
Es un apagado grito de voluntad,
un ansia de parar el  contundente golpe de la vida.

Así suena este universo de brazos extendidos
cuyo cántico sobrevive al hombre
y llama a la comunión.
Todos sienten el mismo temblor en los labios.

Desnudados por la música
muere el temor,
escapa la voz que ayer dijo:
desistir no es humano,
voz salida de la inmensa noche,
voz hoy dormida,
que deja su huella para ser escuchada
            con ese sabor a siglos,
            con esa soledad de ave herida,
en arpegios fraternos de cooperación.

Todos a una,
todas las voces a ser musicalizadas,
todas en dignidad.

Es sereno nacer del sonido,
escucharse en una tarde de domingo.
Toda voz entre los labios
es sentida con los ojos entornados.
El día nace con el sonido de las aves.
Un pájaro sale del bosque

y la vida vuelve a ser tocada


La vida se hace música

A la transparente hora del silencio
una voz se enrosca en el corazón,
tantea un pecho cerrado
y sale como un sonido suave de viento.

Todos la escuchan en la noche,
Todos se sienten debajo del tiempo
            Cuando toma la forma de lo fraterno.
Lo humano llega dibujado
            sobre una blanca pared arrancada a la vida.
Un dibujo que nadie ha trazado,
un sueño que se cuela en el alma,
una caricia enredada en los cabellos al viento,
una canción vertida en manos no temerosas.
Todo eso es la voz que va rizando la noche.

Alguien, de puntillas, sale de ella
            Quedándose inmóvil como una estatua.
Siente que ha salido de sí mismo
y deja caer su cuerpo en la danza
            como una hoja de otoño.

La noche insiste.
Sombras de hombres y mujeres enredadas
            ruedan por la tierra proclamando
            un cántico que viene de lejos.
Sonrisas y voces,
cuerpos preguntando a la noche
            por qué la luna da su forma a lo humano.
Otra voz nace de un presentimiento
raptado por unos labios abiertos a la vida.

Los cuerpos danzan desnudos de mundo,
la luna, sin túnica, cae sobre sus hombros
            como polvo venido del cosmos.
La noche perdura, sienten su clamor.
No hay límite, la vida se hace música,
entra en la boca para calmar el alma
y emerge en una voz que se levanta sin pasado.
El futuro se esconde detrás del tiempo
y el presente se embellece lentamente.

Por la mañana la luz gritará
y la melodía se irá sin rencor.


Buscando el color de la esperanza

Laten los cuerpos,
ritmo, percusión,
danza, ligereza en los pies.
Juntos como juncos
extienden las manos y la frente hacia el cielo
buscando el color de la esperanza.
Lentos movimientos del cuerpo,
aleteos de brazos trazando música,
todos a una, apogeo de la fascinación,
vaivén sin prisa,
pies grabando anhelos en la tierra.
Ímpetus sin miedo,
plenitud de paraíso, renacimiento.
Suena el terco compás envolvente
para que las penas tengan  ya color.
La esperanza se hace inexpugnable.
entre dos cuerpos próximos sólo cabe la música,
sólo queda la disonancia
de algún cuerpo que pierde el compás.
Hay un pacto implícito para dejar la tristeza,
para sobrevivir al vigor de las cosas.
Vuelve una y otra vez la melodía,
pasos en abanico cerrando un horizonte
que se dobla a capricho.
La furia quedó derramada por el mundo.
El frío se deja para el amanecer,
la tarde llega temprano para calentar
unos cuerpos delgados como flautas.
Sin prisas, pausadamente,
escuchando el rumor de la vida,
despertando del  letargo diario,
sigue la fiesta real o soñada
con la que taponar el vacío.
Sonrisas que enmascaran  pasados dolientes.
La vida no les cabe en la memoria.
Nadie es ya culpable
en estos instantes  que no tienen fecha.
No miran hacia atrás, sin deseos futuros,
el presente es ya la no necesidad de decir adiós.
No hay choque, ni drama.
La soledad se hace absurda.
Laten los cuerpos,
ritmo, percusión,
danza, ligereza en los pies.





Relatos:

El canto de los pájaros

Enfurecido tiró la guitarra sobre el sofá aún a riesgo de dañarla. Había perdido la paciencia tras más de tres horas intentándolo. Lo de esa tarde era el epílogo a la frustración de varios días. No quería admitirlo pero era evidente que se había secado. Llevaba ya mucho tiempo sin que le saliera nada. El fracaso era incontestable y su enfado constituía su estado habitual. Tanto era así que incluso se irritaba con las cosas que le salían bien.
Abandonó la casa tras un fuerte portazo. Tenía que dejar de pensar en ello. Necesitaba aire, estímulos que le apartasen de su obsesiva actitud. Se dirigió, sin tomar conciencia, hacia el bosquecillo próximo. Al llegar notó un alivio importante. Estar al abrigo del fuerte sol le proporcionó un placentero bienestar. Continuó caminando despacio entre los delgados troncos que sin duda, durante toda su existencia, habían estado compitiendo entre sí para crecer y ofrecer sus copas al sol. Se sentó en el suelo apoyando la espalda en un tronco. Entornó los ojos. Su rabia y enfado se fueron enfriando.
Casi había alcanzado un estado de plácida somnolencia cuando comenzó a escuchar un trino delicioso de pájaro contestado por otras vocalizaciones de aves que a modo de coro parecían replicar al primero. Como impulsado por un potente resorte se puso en pié , alzó la mirada hacia las ramas como si pretendiera descubrir a los autores de aquella maravilla. Eso era lo que había estado buscando con tanto ahínco durante varios meses. Disfrutó de la audición pero su alegría rápidamente se trocó en decepción al percatarse que no tenía la guitarra ni ningún artefacto de grabación para registrar aquel maravilloso cántico. Se había dejado, incluso, el móvil sobre la mesa del comedor.
Esta nueva frustración le hizo volver  a casa casi a la carrera pues quería llegar pronto para que no se le olvidase el canto y darle forma musical. Tomó precipitadamente la guitarra y comenzó a provocar la vibración de sus cuerdas. Fracasó en el primer intento, también en el segundo mientras la decepción volvió a dibujarse en su rostro. Lo siguió intentando múltiples veces pero fue infructuoso. Lamentó una vez más no haber podido grabar aquella sinfonía y se enfadó consigo mismo por no haber podido reproducir aquella maravilla. La memoria musical le estaba fallando.
Al día siguiente se fue a la ciudad, compró una buena grabadora y volvió al bosquecillo para poder grabarlo de una vez por todas. Pero su infortunio era grande pues ni ese día ni en los siguientes volvió a escuchar aquel u otro cántico parecido. Mas él era muy terco. No abandonaba fácilmente así que ideó un plan. Habló con sus amigos y los convenció para que entre todos capturasen un centenar de pajarillos en el bosque. Se gastó un dineral en jaulas y redes de fino hilo.
Una vez llevada a cabo, con éxito, la operación, puso a todos los enjaulados en una habitación vacía. Todos los días dejaba la grabadora funcionando para capturar los potenciales cantos.
Su suerte no cambió. Día tras día, por la noche, comprobaba que no se había registrado nada. Todos los pájaros permanecían en silencio. Estaba decepcionado pero su rabia y enfado habían sido reemplazados por la resignación. Una noche ante el nuevo fracaso se dirigió retóricamente a los pájaros y en voz alta dijo:
- ¡Está bien, vosotros ganáis! Mañana, cuando me levante, os suelto -
En efecto, a la mañana siguiente, tras despertar, antes de asearse e incluso de desayunar, fue a la habitación convertida en prisión de pájaros y los fue soltando uno a uno. Tras la liberación se dio cuenta que, como de costumbre, había dejado la grabadora funcionando. Se llamó estúpido por haber seguido haciendo lo que tantos días atrás y que había resultado tan inútil pero guiado por el hábito rebobinó la cinta y accionó la tecla "play" aún a sabiendas de que nada se habría grabado. Se disponía a limpiar las jaulas cuando quedó paralizado por el asombro y la sorpresa al escuchar unos cantos que incluso superaban en brillantez al que había escuchado aquel día en el bosque.


Danza Sonora


Alicia se hallaba muy feliz tras la consecución del premio y la presencia de su amiguito que tranquilo y descuidado se daba un festín con las migas de las magdalenas que ella había depositado sobre la mesa. Atrás quedaron las muchas horas de esfuerzo baldío y frustraciones diarias al no quedar satisfecha con los movimientos que ideaba y ejecutaba.
Muchos días de decepción, de fiascos repetidos sin poder quitarse el desánimo hasta que la inspiración llegó a su ventana en forma de canto y movimiento maravillosos. No se podía quitar de la memoria cómo aquel ser diminuto llamó su atención con aquel sonido armonioso de largos trinos agudos asociados con otros sonidos que más bien parecían reclamos pero que estaban perfectamente encajados en todo el conjunto sonoro y cómo aquella demanda fue acompañada de toda una serie de expresiones corporales componiendo una extraña danza acompasada con el canto que salía de su garganta y de la que sacó su inspiración para crear la magnífica, en palabras del tribunal, danza de fin de carrera premiada.
Nunca podría agradecérselo suficientemente a aquel animalito que había hallado herido en el jardín de su casa. Recordaba cómo lo recogió, curó y cuidó durante muchos días y cómo éste permanecía atento, observando desde su cestita, las evoluciones que realizaba frente al gran espejo de la pared  y que cuando acababa entraba en un estado de decepción y desencanto que sólo desaparecía al observar los tiernos ojos del ave que parecían comprender su situación. También recordaba con tristeza cómo se tuvo que desprender de su compañía  cuando se curó y quiso volar por la habitación golpeándose frecuentemente con las paredes.
Estaba contenta y feliz. Su trabajo había sido bien considerado y había iniciado una relación diaria entrañable con aquel ave de pico amarillo desde que lo soltó ya que todos los días aparecía a la misma hora en su ventana y retomaba el ritual de aquella danza sonora que tanta satisfacción le había dado. Todos los días abría la ventana, el pájaro entraba y se posaba sobre la mesa a la espera de que su compañera desmigara algunas galletas o magdalenas. Tras finalizar su festín, se dejaba acariciar y volvía a salir por la ventana hacia su libertad.


La tarara en África

Asira dejó de secar el plato que tenía en la mano cuando le llegó, desde el salón, una voz que parecía de Bertina cantando La Tarara: " ...la tarara sí, la tarara no, la tarara madre que la bailo yo".... No podría creerlo. Era una sorpresa mayúscula. Desde hacía bastantes años a Bertina no la había visto sonreír cuanto menos cantar. Dejó el plato sobre la encimera y salió precipitadamente de la cocina con una extraordinaria curiosidad reflejada en su cara. Enseguida entendió pues la voz provenía del televisor en cuya pantalla aparecía Bertina con unos sesenta años menos, guapa, alegre, cantando y bailando con gracia y salero aquella canción tan pegadiza que nunca había oído en su país. No quiso delatar su presencia. Sin hacer ruido miró discretamente a la grabación que Bertina parecía disfrutar viéndose más joven. Observó su rostro. Había abandonado esa rigidez que da la tristeza y que desde que ella la asistía no le había abandonado nunca. Nunca supo como animarla. En los últimos días ya se dio cuenta que no tenía ningún argumento nuevo para contrarrestar la no presencia de sus hijos en su cumpleaños. Otro año más con sus ausencias presentes. Desde que se habían tenido que ir a trabajar uno a Canadá y otro a EEUU a causa de la crisis económica, cuando no les renovaron sus contratos precipitándolos al paro, no habían podido venir. Bertina se hallaba cada vez más enferma de soledad. Nadie la visitaba, sólo ella venía a asistirla unas hora por las mañanas. Había días que incluso se quedaba más tiempo charlando con ella aunque hubiera ya cumplido con su tarea, a pesar que también la necesitaban en su casa. Tenía cuatro hijos que no podía ni debía descuidar. Había superado los años duros del inicio, cuando llegó de Marruecos sin hijos ni marido, haciendo todo tipo de trabajos, incluso por la noche. Ahora su vida se había estabilizado, tuvo la suerte de conseguir el reagrupamiento familiar, su marido tenía un buen trabajo en una ferretería y los niños crecían felices sintiéndose ya tan españoles como el resto de compañeros del colegio.
Sabía que mañana Bertina cumplía ochenta y cinco años. Estaría otro año más completamente sola y su tristeza bordearía peligrosamente la depresión. A Asira se le rompía el corazón pensando en ello. Hacía más de siete años que sus hijos no venían. Tampoco la quedaba ninguna otra familia, que ella supiese, sus hermanas habían fallecido y también, paulatinamente debido a su falta de movilidad, había ido perdiendo las amigas que aún viviesen.
Asira se sentía afortunada. Los últimos años había podido volver a Marruecos, a sus raíces, aunque allí empezaba a sentirse extraña y sin embargo sabía que en España jamás sería aceptada del todo, pero estaba resignada, era el tributo que debía pagar para conseguir una mejor vida para sus hijos.
Bertina había llegado a ser ya para ella una segunda madre. No sabía por qué pero cada vez más se sentía en la obligación de ayudarla. Se había dicho a sí misma que aunque no pudiera seguir pagándola por su trabajo no la abandonaría. Se sentía muy bien sabiendo el profundo cariño y agradecimiento que Bertina la tenía a pesar de la gran distancia cultural existente entre ambas. Bueno... ella se empezaba a sentir algo española y Bertina apreciaba mucho las comidas que le hacía. Suponía o quería suponer que esa distancia se estaba reduciendo.
Asira seguía dándole vueltas a su cabeza para encontrar el modo de paliar la tristeza de Bertina. Después de un rato, mientras volvía a escuchar La Tarara, se le iluminó el rostro. Lo había encontrado. Permaneció escuchando una y otra vez aquella canción que parecía alegrar el corazón de Bertina. La cantaba calladamente al mismo tiempo que en la grabación, pareciera estar practicando una especie de karaoke.
Al día siguiente Bertina dormitaba en su silla de ruedas frente a la ventana del salón como hacía habitualmente hasta que el sol que se colaba por ella la besaba para despertarla. En esta ocasión al abrir los ojos quedó muy sorprendida. Asira y sus cuatro hijos se hallaban sonriendo delante y comenzaron a cantar La tarara.
Desde entonces, esa canción se escucha en África todos los veranos.

jueves, 4 de abril de 2019

"Encuentros con los libros" del mes de abril es "Estamos todas bien " un comic de Ana Penyas y que recomienda Marina Cuervo, responsable de la biblioteca Ricardo León de Galapagar.


He aquí el vídeo: